COLIJA 33 AÑOS

HACER HISTORIA
Manuel Iván Urbina Santafé


Una cosa es hacer cuentas de un pasado que nada significa para quienes viven en el presente y otra es recoger del pasado semillas de futuro.

Por eso los invito a realizar el contraste entre el inicio institucional y la actualidad. Así sabremos no sólo lo que se ha sembrado sino la gran responsabilidad que implica pertenecer a este grupo humano.

Desde mediados de los años setenta, el colegio ha ido creciendo y proyectándose con la ciudadela de Juan Atalaya. Desde una casa de barrio en Comuneros hasta la construcción actual, que abarca buena parte de la supermanzana donde está ubicada la sede principal, además de las sedes de primaria (Cúcuta 75 y Claret No. 30), cada una con capacidad de atender a más de 1000 estudiantes.

De los tres cursos iniciales, hemos ascendido a cerca de un centenar de grupos, que en los últimos años han superado la cifra de 4000 estudiantes, atendidos por 142 educadores y siete directivos docentes.

Sumemos a estos las personas coldijistas y colijistas, y sus logros, esos que inspiran a los niños y jóvenes que están definiendo su proyecto de vida.

Desde el gobernador del departamento Norte de Santander, pasando por los deportistas que representan al país en diversos clubes profesionales y por los docentes que desarrollan experiencias significativas, hasta los padres y madres de familia que se esfuerzan por construir un hogar en una época especialmente difícil. Aquí radica nuestro orgullo y la inspiración que mueve a realizar de mejor manera los pequeños encargos de cada día que, sin que lo advirtamos --pues el tiempo suele transcurrir en silencio--, suman un sendero y una señal en la historia de las instituciones; pero sobre todo, una señal en la existencia de los seres que amamos.

Es significativo el camino que se ha hecho y hoy se reconoce el papel que en ese trasegar han tenido los docentes y administrativos de la institución. Ellos son una parte importante de la historia, pero la más importante, la que da sentido a la comunidad educativa está constituida por los seres humanos que en ella se forman.

Los valores que se han inculcado a varias generaciones, los que se siguen incentivando en el interior de las familias, pues los ex alumnos continúan confiando la formación de sus hijos y sus nietos al colegio; esos valores son la mejor semilla que germina en el transcurrir histórico, para bien de la sociedad, o para su perdición.

La historia se construye hoy, aquí y ahora; el recuento del pasado nos enseña acerca de los errores y nos señala las fortalezas para animarnos en el camino. Pero es una responsabilidad tener en nuestras manos vida y devenir de seres humanos.

Pueden borrarse nuestras huellas en las paredes, incluso en los árboles y en los muebles, --para quienes tienen esa deplorable costumbre--, pueden cambiar los lugares y las personas, de la misma manera que se hacen tenues las imágenes en los álbumes familiares y a veces la muerte sorprende a los caminantes antes de llegar a los destinos anhelados. Sin embargo, la huella de la bondad, de la amistad y el respeto, permanecen visibles en las acciones y en las decisiones de quienes han pasado por el plantel.

Como puede advertirse, no es ésta precisamente la reseña histórica del Colegio Integrado Juan Atalaya, sino una invitación a pensar el acontecer, para detectar y eliminar de nuestro pensamiento las actitudes que nos impiden “hacer historia”, dar un aporte significativo:

La primera, esa tendencia a dejar pasar los momentos, los acontecimientos y las personas, sin entender que sólo una acción decisiva puede cambiar el rumbo de los hechos.

La segunda actitud negativa, que menoscaba nuestro protagonismo en la historia personal y social, es percibir nuestro trabajo o nuestro estudio como algo ajeno, una imposición ante la cual optamos por dar lo menos de lo menos.

La tercera actitud está de moda: es la tendencia a lo fácil, lo light o ligero, es decir, todo lo que no implica compromiso ni esfuerzo. Esta posición ante la vida parece cómoda para quienes la practican, porque, según dicen, les ahorra fatigas; pero en realidad los debilita y les cierra posibilidades de realización. No es un golpe de suerte o de inspiración lo que decide el éxito de cualquier empresa, sino que la improbable suerte o inspiración nos encuentre trabajando.

La cuarta actitud es contraria al movimiento de la historia, por excelencia cambiante; se trata de la repetición de “lo que siempre se ha hecho”, aun cuando esa práctica empobrezca, conduzca a la mediocridad o sea un error evidente.

La quinta, entre las muchas que se podrían seguir enumerando, tiene relación con el amor por nosotros mismos. La escasa autoestima impide vernos como seres decisivos en la historia personal o colectiva.

Estamos ante los 33 años como quien sostiene un fruto y prepara una semilla que urge por reventar al abrigo de una tierra buena. Es hora de hacer unas cuentas breves pero críticas, para pensar en la mejor manera de cumplir bien el encargo que se nos ha encomendado. No podemos esperar a que el tiempo nos indique “ya viviste lo tuyo”, y el campo expectante conformado por niñas y niños, por jóvenes talentosos o por nuestros propios dones, sea una extensión vacía, o peor, un campo estéril.

Hay voces semejantes a aquéllas de la “Sociedad de los poetas muertos” que nos advierten “carpe diem”, aprovecha el día, un tiempo muy breve, pues como nos repite el filósofo paisa Juan Esteban, “la vida es sólo un ratico”.

Dejemos salir lo mejor de nosotros y de quien camina a nuestro lado; saquemos lo mejor del estudiante, del profesor, hermano o hermana, de los hijos.

Pero hagámoslo hoy, porque mañana ya no estaremos aquí para escuchar tales consejos.